A Gaby


A Gaby 

Y ahí estaba frente a su cama observando cómo agonizaba mientras escuchaba dos gardenias en un toca-cds que creo era de él.  Ya no sé si él se percataba de mi presencia o no. Solo lo oía respirar con dificultad y moverse y lo veía que sudaba. ¿Qué pensaría él? ¿Que sentía él? ¿Pensaba? ¿Sentía? O ya se había ido y solo quedaba su cuerpo que se quedo detrás de él. Yo me resistía a pensar, a sentir, a darme cuenta que era el final.
 O no. Más bien, no sabía cómo muere la gente.
Y de pronto, en no sé que estrofa de dos gardenias, me cayó  el entendimiento. Ya no estaba. Y lo comprobó el médico que entró a revisarlo después de tanta insistencia mía porque ¨algo no andaba bien” repetí tantas veces a la enfermera en turno.
El doctor solo volteó a verme después de revisarlo por unos segundos. Yo no me moví de la silla que acompañó su cama hasta el final. No recuerdo como era el doctor. Alto, bajo, moreno, blanco, no sé. Solo recuerdo sus ojos que se clavaron en los míos y sin palabras me dijo que mi hermanito estaba llegando a su fin.  Después de eso, creo, Gaby se quedó quieto. Con una quietud que en mi se volcaba en inquietud. Era de noche. Su última noche. Alguien, no recuerdo quien, creo fue Luz, quien fue a relevarme después de yo haber estado a su lado la mañana y tarde de ese que sería su último dia completo en el hospital, en la vida como la conocemos. Llovía. Creo llovía muy fuerte. O llovía en mi alma. O llovía el cielo y llovía mi alma. Recuerdo cruzar el pasillo que se me hizo más largo que nunca. Lloraba estoy segura y creo que alguien, una joven, me preguntó si estaba bien. O me lo imaginé. No sé pero esa idea forma parte de mis recuerdos. Al cruzar la reja del hospital, recuerdo ver a Lalo y alguien más  y me  eche a los brazos de Lalo y lloré casi a gritos. Pero al percatarme que mi papá también estaba ahí, callado, resguardándose de la lluvia,  frené mi llanto y bajito le pregunté a Lalo ¨¿para que lo trajeron?¨´.
No recuerdo más de esa noche. Lo siguiente que recuerdo es la sesión con la tanatóloga, y eso vagamente. Al salir fue cuando nos dijeron que pasáramos a la oficina de la trabajadora social a “arreglar lo de Gaby”, dijo. Nosotros todos asumimos que era para llevarlo a casa con la máquina que le ayudaría a respirar. Recuerdo que dentro del dolor que sentíamos por lo que creíamos era su estado de salud, había cierto regocijo entre nosotros, creo que hablábamos y hasta reíamos. En la sesión habíamos estado todos los que estábamos en México,  Beto había regresado a San Diego. A pesar de los pesares, la vida tiene que seguir. Había sido un triunfo que todos los horarios y disposiciones coincidieran y ahí estuvimos en esa plática con esa mujer que vimos sólo esa vez y que nos ayudó a entender que las pérdidas son inevitables y que cuando van a pasar no hay nada que cambie las cosas, hagamos lo que hagamos. La muerte, entendí, es la única perdida que se nos va de las manos y que es inevitable. Sus palabras, creo yo, hicieron un cojincito que amainó la caída al escuchar que lo que íbamos a arreglar era que nos llevaramos su cuerpo porque había fallecido hacia un rato, mientras estábamos en esa sesión. Siempre he creído que se fue cuando quiso. Cuando no estaba nadie a su lado a quien le pudiera causar el dolor de verlo partir y cuando sabía que estábamos todos juntos y recibiendo ese bálsamo de alivio para soportar su partida. Asi de chingón mi hermano que hasta el final fue firme en sus convicciones.

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