Partida de Don Roberto





Después de 21 días de agonía, ayer enterramos a mi padre. Después de 21 días que parecían eternos, y en los que el tiempo se medía en antes y después de los reportes médicos. De saberlo sedado y con un tubo atravesando su garganta...como dolía pensarlo así.
Después de 21 días en que en la familia aprendimos tanto del coronavirus, tan de ficción parecía hasta que llegó a casa y llevó a nuestro viejo al hospital.
Veintiún largos días en los que vivimos en un sopor bipolar, unos días felices porque mostraba cierta mejoría, otros totalmente destrozados porque había un retroceso. Nunca perdimos la esperanza, mi padre guerrero luchó como a lo largo de toda su vida, pero al final su corazón de 83 años cansado por el tiempo y cientos de batallas, no resistió más.
Una mañana fría recibimos la llamada que sin decirlo, nos anunció su partida.
Después, todo fue tan rápido.
Sólo recuerdo llegar al hospital, escuchar al médico decir que la máquina que ayudó a sus pulmones, ya no fue suficiente y que un paro respiratorio se lo llevó . ¿“Sufrió”? Solo pregunté, el doctor dijo que no, que todo el tiempo estuvo sedado. Eso dió un poco de alivio.
Vi llegar después a unos hombres con ese traje azul desde la cabeza hasta los pies y esa plancha de metal que ya había visto muchas veces esos 21 días en el hospital y que me causaban escalofríos porque anunciaban que el covid se llevaba a otra víctima.
Esta vez se sentía diferente, los escalofríos calaban hasta el alma, era mi padre el que esta vez saldría sobre esa plancha dentro de una bolsa blanca con su nombre, su número de cama “29” y con la única certeza de que ese cuerpo dentro de la bolsa era él: una foto de su rostro ya inerte.
Esa bolsa blanca fue su único traje mortuorio. Mi padre, hombre de campo y católico, siempre pidió ser sepultado con una túnica morada de nazareno que usó en su juventud en actividades de la iglesia y que conservaba en un viejo baúl. No pudo ser. Tampoco pudieron ser un velorio y un funeral "como él lo merecía", se dolió mi madre, con toda la gente que lo amaba y él amaba y que pudo sólo enviar a la familia abrazos y condolencias virtuales.. Del hospital lo recogió la carroza a las 7 am y el servicio para sepultarlo fue agendado para dos horas después. Sólo eran permitidas 10 personas en el cementerio. Tuvimos que hacer una selección. Sus hermanos, sobrinos, primos,otros familiares, y amistades quedaron fuera de la lista.
Para mi madre fue un dolor más. Para ella y mi papá sus tradiciones y creencias incluyen a toda su comunidad. Esta vez no, mi padre emprendería su camino final solo con sus más cercanos.
Al final, en medio de una escena apocalíptica, mi padre fue sembrado nuevamente a la tierra, removida y preparada por hombres de trajes lunares y con nosotros a sana distancia, ataviados todos con careta y cubrebocas, y sin poder abrazarnos. Que ganas de poder todos juntos abrazar a mi madre y que el dolor de todos se convirtiera en fortaleza para sostenerla.
El cuerpo de mi papá queda en la ciudad a la que llegó allá a mediados de los años cincuentas, pero su alma, energía, espíritu, su esencia pues, sé que regresa al vientre de nuestros ancestros, a su “pueblito” como él le llamaba, a su Tacámbaro, Michoacán.

En memoria de Don Roberto Barajas Tapia. Junio 6, 1936-Mayo 2, 2020+








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